Viajo por las letras con la maleta llena de libros. Escribo novelas y relatos, pero si me siento poética la lleno de poesía o de lírica. Soy "cuentista". ¡Otros van más allá e incluso publican mis historias! Os deseo un paseo agradable por mi blog. Mis trabajos están registrados, podéis usarlos citando la procedencia y sin alterar su contenido, siempre y cuando se utilicen para actividades sin ánimo de lucro.

domingo, 19 de junio de 2016

Semillas al viento, un deseo. Publicado por la revista digital de territorio de escritores



Semillas al viento, un deseo

Recorrí la playa despacio, caminé con paso firme y la cabeza alta; me dirigí hacia las cuevas que el mar con su erosión, forma en las rocas.

En el interior de la cueva la brisa del mar llegaba limpia y fresca. Disfruté del agua cristalina y sus murmullos; podía ver los peces a través de ella. Imaginé la riqueza de los fondos marinos más lejanos, donde ya es imposible llegar nadando. Allá, a lo lejos, vi una pequeña embarcación, ¡me pareció envidiable!; la observé durante horas con mis prismáticos. Sin embargo, al poco tiempo me percaté de que no era un barco de recreo, sino de pesca; los pescadores se peleaban; gritaban y sus gestos eran agresivos.
Entre todos consiguieron reducir y atar a un hombre enfurecido, después de un forcejeo.
A veces algunos de ellos enloquecen y sus compañeros los sujetan para que no hagan locuras. Lo había leído en algunas historias de sirenas, tal vez en algún cuento de Alejandro Dumas. Entonces imaginé.
Imaginé historias bonitas de amores de sirenas; dicen que ellas embrujan a los marineros con sus cantos y ellos, hechizados, guían sus embarcaciones hacia las rocas y allí, locos de pasión, las estrellan y desaparecen. Creí morir de miedo y salí de la playa mucho más rápido de lo que podría haber salido en cualquier otro momento.
Atemorizada las oí cantar desde mi dormitorio; durante toda la noche aquella sirena cantó como una diva. Me imaginaba los barcos zozobrando y a los marineros enloqueciendo. Me consolé pensando que tan solo eran imaginaciones mías surgidas de los cuentos que había leído, y me sentía patética, recordando el Quijote y su pelea con los molinos de viento. Sin embargo, aquel canto permaneció incrustado en mis oídos toda la noche.
Al alba corrí a la playa, imaginaba encontrarme los restos de un naufragio, maderas flotando abandonadas…incluso algún marinero muerto.
El sol lucía espectacular.
No vi en la playa nada malo y los delfines parecían felices esa mañana. Intenté relajarme y poder escuchar el susurro del agua en la orilla, sentir el tacto de la arena en mis pies al caminar. De pronto los delfines abandonaron sus juegos y escuché el silencio.
Permanecían mudas las gaviotas, el mar parecía triste.
Tropecé con ella. En brazos de Morfeo y cubierta su cola de agua, parecía exhausta, tal vez hubiera pasado la noche cantando para su marinero, mas él no pudo acudir. Dormía plácidamente, quizás reponía fuerzas para esa noche.
El mar la acariciaba, cálida y sonriente dormitaba la musa.
Comprendí que nada había entendido hasta entonces, que ningún hombre podría comprenderlo nunca.
Quizás sí una mujer…
Ella le amaba. ¡Le aguardaría cien años más! ¡Jamás cejaría en su empeño!
Tal vez yo pudiera aprender a cantar como ella.
Me alejé de allí y me acerqué a la arboleda que paralelamente acompaña al recorrido de la playa. El campo lucía floreado, recogí una flor de diente de león, soplé y pedí un deseo.
Tal vez se cumpliera…

María Teresa Fandiño
19/06/2016
Imagen obtenida de la red
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