Viajo por las letras con la maleta llena de libros. Escribo novelas y relatos, pero si me siento poética la lleno de poesía o de lírica. Soy "cuentista". ¡Otros van más allá e incluso publican mis historias! Os deseo un paseo agradable por mi blog. Mis trabajos están registrados, podéis usarlos citando la procedencia y sin alterar su contenido, siempre y cuando se utilicen para actividades sin ánimo de lucro.

miércoles, 29 de junio de 2016

La paja en ojo ajeno

Relatos seleccionados en el "IV Concurso de relatos de Editorial Libros Mablaz"

Contiene tres relatos míos y varios más de mis compañeros de letras.


Fotografía obtenida de la red

jueves, 23 de junio de 2016

Te sueño en mi mañana, esperanza

Te sueño en mi mañana, esperanza.

Esperanza ¿eres gata o zorra?; esquivas
las preguntas sencillas. Los ancianos
y los niños...Serena entre las divas
¿qué discurso pondrás entre sus manos?

¿Qué futuro darás a las altivas
tierras, yermas ahora?, sangre, hermanos
destrozados cual almas fugitivas
charloteo, corralas de villanos.

Tengo estrellas que brillan en bolsillos
que tejí, escondidas en la lana
tiemblan para salir, cantan los grillos.

Esperanza te siento en mi mañana
así, en paz, las chiquillas y hombrecillos
en la escuela, cual libre soberana.

María Teresa Fandiño.
23/06/2016
Derechos reservados
Fotografía de Xulio Barreiro




martes, 21 de junio de 2016

Balas y villancicos en tierra de nadie

http://acantiladosdepapel.blogspot.com.es/2016/06/relatos-seleccionados-en-el-iii.html?spref=fb

He sido seleccionada por "Acantilados de papel" para compartir una antología.
Se trata del III Certamen Ángeles Palazón, de cuentos de Navidad. Me siento muy satisfecha, primero por participar en un certamen que se realiza en honor a una mujer, segundo porque me siento valorada, pues mi relato "Balas y villancicos en tierra de nadie" ha sido seleccionado junto con catorce relatos más, de los 198 que se presentaron.

Imagen obtenida de la red 
Mi relato "Balas y villancicos en tierra de nadie" está basado en esta historia que expongo a continuación. El relato será publicado por la editorial Trirremis en Navidad, pertenece a una antología de cuentos navideños. Esta "anécdota" que me parece preciosa, no solo ocurrió una vez en la historia.
https://es.zenit.org/articles/1914-cuando-los-soldados-enemigos-confraternizaron-por-navidad/
En la vigilia de Navidad de 1914, sin que nada hubiera sido concordado, los soldados del frente occidental, de las dos diversas alianzas cesan el fuego. Se encienden velas, se cantan himnos navideños. Los alemanes iniciaron con el Stille Nacht y los británicos respondieron con villancicos en inglés.
Comienzan a hacerse los saludos de Navidad de una trinchera a otra. Hasta que alguien sale al descubierto para encontrar al enemigo y apretarle la mano. Se intercambian pequeños regalos como whisky, cigarrillos, etc.
Un hecho histórico extraordinario, conocido como ‘La tregua de Navidad’ que nació entre los soldados ‘enemigos’ movidos por el sentimiento cristiano de humanidad y hermandad. Las fotos llegaron a los diarios de la época. El Daily Mirror escribe sobre la imagen: ‘Un grupo histórico, soldados británicos y alemanes fotografiados juntos’.
Por un lado se encontraba la Triple Alianza, integrada por las Potencias Centrales: el Imperio alemán y Austria-Hungría. Por otro lado se encontraba la Triple Entente, formada por el Reino Unido, Francia y el Imperio ruso. Ambas alianzas sufrieron cambios durante la guerra que se prolongó hasta 1918. El Imperio otomano y Bulgaria se unieron a la Triple Alianza. Italia, Japón y Estados Unidos se unieron a la Triple Entente.
Más de 70 millones de militares, incluyendo 60 millones de europeos, se movilizaron y combatieron en un conflicto que dejó 9 millones de muertos.
“Mientras observaba el campo que aún dormía –narra una de las cartas de los soldados– mis ojos vieron un resplandor en la oscuridad. A aquella hora de la noche una luz en la trinchera enemiga era algo raro y pasé la voz. No había aún concluido que en la trinchera alemana se encendía una luz después de otra. Enseguida, cerca de nuestras posiciones, tan cerca que me hizo apretar fuerte el fusil, sentí una voz. No era posible confundir ese acento, con su timbre ronco. Abrí los oídos, y me quedé escuchando, y eh aquí que llegó a lo largo de nuestra línea un saludo nunca antes escuchado en esta guerra: ‘Soldado inglés ¡Feliz Navidad, feliz Navidad!’”
En la ‘tierra de nadie’ se realizó un entierro de los caídos las horas anteriores. Británicos y alemanes se reunieron recitaron juntos el salmo 23. El Señor es mi pastor, nada me falta. Sobre pastos verdes me hace reposar, por aguas tranquilas me conduce…
Estos hechos fueron asumidos con perplejidad por los mandos militares, al punto que en los años siguientes se tomaron medidas para evitar episodios de este tipo. Y no faltó quien calificó el hermoso hecho como una “despreciable fiesta pacifista”.

domingo, 19 de junio de 2016

Semillas al viento, un deseo. Publicado por la revista digital de territorio de escritores



Semillas al viento, un deseo

Recorrí la playa despacio, caminé con paso firme y la cabeza alta; me dirigí hacia las cuevas que el mar con su erosión, forma en las rocas.

En el interior de la cueva la brisa del mar llegaba limpia y fresca. Disfruté del agua cristalina y sus murmullos; podía ver los peces a través de ella. Imaginé la riqueza de los fondos marinos más lejanos, donde ya es imposible llegar nadando. Allá, a lo lejos, vi una pequeña embarcación, ¡me pareció envidiable!; la observé durante horas con mis prismáticos. Sin embargo, al poco tiempo me percaté de que no era un barco de recreo, sino de pesca; los pescadores se peleaban; gritaban y sus gestos eran agresivos.
Entre todos consiguieron reducir y atar a un hombre enfurecido, después de un forcejeo.
A veces algunos de ellos enloquecen y sus compañeros los sujetan para que no hagan locuras. Lo había leído en algunas historias de sirenas, tal vez en algún cuento de Alejandro Dumas. Entonces imaginé.
Imaginé historias bonitas de amores de sirenas; dicen que ellas embrujan a los marineros con sus cantos y ellos, hechizados, guían sus embarcaciones hacia las rocas y allí, locos de pasión, las estrellan y desaparecen. Creí morir de miedo y salí de la playa mucho más rápido de lo que podría haber salido en cualquier otro momento.
Atemorizada las oí cantar desde mi dormitorio; durante toda la noche aquella sirena cantó como una diva. Me imaginaba los barcos zozobrando y a los marineros enloqueciendo. Me consolé pensando que tan solo eran imaginaciones mías surgidas de los cuentos que había leído, y me sentía patética, recordando el Quijote y su pelea con los molinos de viento. Sin embargo, aquel canto permaneció incrustado en mis oídos toda la noche.
Al alba corrí a la playa, imaginaba encontrarme los restos de un naufragio, maderas flotando abandonadas…incluso algún marinero muerto.
El sol lucía espectacular.
No vi en la playa nada malo y los delfines parecían felices esa mañana. Intenté relajarme y poder escuchar el susurro del agua en la orilla, sentir el tacto de la arena en mis pies al caminar. De pronto los delfines abandonaron sus juegos y escuché el silencio.
Permanecían mudas las gaviotas, el mar parecía triste.
Tropecé con ella. En brazos de Morfeo y cubierta su cola de agua, parecía exhausta, tal vez hubiera pasado la noche cantando para su marinero, mas él no pudo acudir. Dormía plácidamente, quizás reponía fuerzas para esa noche.
El mar la acariciaba, cálida y sonriente dormitaba la musa.
Comprendí que nada había entendido hasta entonces, que ningún hombre podría comprenderlo nunca.
Quizás sí una mujer…
Ella le amaba. ¡Le aguardaría cien años más! ¡Jamás cejaría en su empeño!
Tal vez yo pudiera aprender a cantar como ella.
Me alejé de allí y me acerqué a la arboleda que paralelamente acompaña al recorrido de la playa. El campo lucía floreado, recogí una flor de diente de león, soplé y pedí un deseo.
Tal vez se cumpliera…

María Teresa Fandiño
19/06/2016
Imagen obtenida de la red
Derechos reservados


jueves, 16 de junio de 2016

Huele a hogar


                                                                     Imagen obtenida de la red


HUELE A HOGAR

Las ventanas eran de madera vieja. Todavía no había llegado el frío del invierno, la brisa  entraba a través de una ventana entreabierta de mi cuarto, me agradaba; me abrigaba bien y me dormía. Soñaba...soñaba con un lugar lleno de mariposas, colores y aromas de primavera. De la primavera pasaba al invierno, olor a humedad;  al fin y al cabo en mis sueños y en mis cuartillas podía vivir en la estación del año que más me apeteciera. Me reconfortaba encontrarme entre sábanas y mantas gruesas por las noches y entre letras por las mañanas. Podía imaginar.
—Tal vez la realidad no sea más que pura invención —me decía a mí misma, en mi soledad.
—Tal vez  pudiera ser real aquello que escrito en hojas de papel, se deja leer —me respondía a mí misma.
En mis fantasías bien pudiera ser un mago, un hombre con poder, una mujer fatal o una astronauta recién llegada de un viaje espacial.
Viajaba mi imaginación en barca y a través de las letras.
Me gustaba retirarme al campo para escribir, allí mi barca no se hundía.
La casa tenía vida propia, no me asustaba  porque habiendo nacido en ella, la conocía bien. Sin embargo, a mis amigos les resultaba impactante. Estaba desvencijada, a veces parecía gemir; en sus lamentos olía a madera vieja. Se  podía intuir su pasado. Sus rincones, junto con sus pinturas, sus lámparas y sus relojes, contaban historias maravillosas de tiempos pasados.
Las musas no la abandonaban, se sentían a gusto allí.
En mi dormitorio podía concentrarme. Sobre mi escritorio siempre había flores silvestres que llenaban de fragancia el cuarto. A mi izquierda, a través de la vieja ventana de madera, entraban los primeros rayos de sol de la mañana; desde allí podía disfrutar de las vistas del río y de la naturaleza. Me asomaba a la ventana, escuchaba la melodía  que venía del río….Escribía.
Algunos me llamaban loca, otros me decían rara.
Pasaban las horas tan rápido en compañía de mis apuntes, que a veces me olvidaba de comer.
Mi familia estaba desperdigada, cada uno en su ciudad, en sus pisos y apartamentos modernos. Comprendía que mis abuelos se hubieran ido a la ciudad, a vivir en un piso confortable con ascensor y calefacción; sin embargo a mí me enamoraba la paz y el aroma de aquel lugar. Desde mi ventana veía a la gente pescar truchas y  en primavera todo se llenaba de flores, me alegraban, me inspiraban.
Desde mi ventana entre abierta, respiraba la frescura del agua del río. Los árboles en primavera se visten de colores, del tono de las flores y forman un arcoíris difícil de igualar en las pinturas. 
Acudía siempre que podía, disfrutaba de independencia y soledad excepto en Navidad, entonces era el momento de conceder una tregua. Todos llegaban a la casa con la misma intención, un intento de hacer paréntesis en sus vidas y pasar unos días inolvidables juntos. Lo hacían estresados, dejaban sus problemas por el camino junto al río. Los eucaliptos que seguían el cauce, daban olor a toda la zona a través del camino a casa. ¡Qué placer el aroma del campo! Sonreían.
—Niños, oler esto que en la ciudad no lo pillamos.
—¡Huele raro, mamá!
—¡Son los eucaliptos!.
Cuando llegamos a la casa, aroma a tomate en rama.
En el salón huele a leña ardiendo en la chimenea. Y en la cocina, al cocido de la abuela.

María Teresa Fandiño Pérez.

La Coruña, España.

https://issuu.com/carmenmembrillaolea/docs/gealittera_22/1?e=12148429%2F36374137


miércoles, 8 de junio de 2016

La profesora de música - Publicado por Acantilados de papel -

Publicado por http://acantiladosdepapel.blogspot.com.es/2016/06/la-profesora-de-musica.html

La profesora de música

Esa tarde visitamos el teatro, se trataba esta vez de un concierto que, sospechaba, sería aburridísimo; mi profesora nos llevaba a muchas de las pequeñas actuaciones musicales que se organizaban allí.
Siempre me aburría. A veces, incluso,  era inquietante el sonido de algún instrumento que parecía chillar, y se tornaba insufrible a lo largo de la actuación.  Entonces me impresionaba que la gente aplaudiera, era como si todos se pusieran de acuerdo. Esto solía  ocurrir, a veces acudía al concierto algún insigne profesor de música, si le veían aplaudir casi todos lo hacían.
Llegué a pensar que les pagaban para hacer de reclamo.
El resultado de estos pensamientos me pareció terrible.  Sabía que existían personas carentes de criterio, pero no que fueran tantas. Durante la actuación me distraía rebuscando entre los palcos y observando a las personas; tal actividad me resultaba placentera. 
No sé por qué extraña razón, me agradaba acompañarla.
Esa tarde, en concreto, me impresionó el concierto. Me pareció buenísimo y me sentí bien, porque además había conseguido evadirme de mis problemas. Era muy joven y estaba enamorada. Me mortificaba no poder  verle a menudo. Nadie se percataba de mi sufrimiento, todos creían que era cosa de niños.
Me sorprendí de aquella magnificencia.
El cantante, dirigiéndose al público, se despidió de los escenarios. Aquella había sido su última actuación y pretendió  dejar un buen recuerdo. La profesora de música comentaba, muy altiva camino de su casa, que había sido un hombre  sin afán de superación, un mediocre.
Llegamos pronto, ella vivía muy cerca del teatro, a veces me daba la impresión de que nos llevaba a los conciertos porque se sentía sola. Me llamaba la atención su salón, carecía de sensación de hogar y parecía una exposición al público. No había fotos ni recuerdos.  
No quise merendar aquel chocolate con churros. Entre dientes me dijo que yo era una jovencita muy terca. La mesa de mármol era de color negro y tenía dibujados unos angelitos blancos que parecían haber sido pintados en relieve.
Pasé la yema del  dedo por sus bordes, sin embargo no se apreciaban al tacto.
—Deja de jugar con los angelitos y tómate el chocolate, se enfriará. — Insistía.
—No me apetece, gracias.
A veces me sentía  invisible. Ni me veía, ni me escuchaba.
Hacía todo con mucha calma. Solía finalizar la tarde con alguna frase imperativa:
“Recordad, debéis practicar los ejercicios de voz, concentraros y  trabajar”.
Alguien llegó a la casa y abrió  la puerta con su propia llave. Nos despidió amable y fría.
Me extrañó.
— Niñas, podéis iros a casa. — Nos miró superficialmente.
Salimos de allí, no sin antes darle las gracias por su hospitalidad.
Una de las pequeñas dejó la puerta entreabierta, me volví para cerrarla y le oí; ese hombre  poseía una voz de barítono y un tono muy fuerte, parecía enfadado e intentaba imponerse. No entendí lo que decían, discutían. Ella hablaba muy bajo y de vez en cuando decía algunas palabras en otro idioma; el hombre parecía extranjero.
Entré de puntillas en la casa dejando abierta la puerta. Me quedé en el hall. Detrás de las vidrieras,  observé como levantaba el atizador de la chimenea  e intentaba golpearla. Ella consiguió zafarse y  salió corriendo de la habitación hacia la puerta; vi su cara de frente tras  el cristal, me miró como pidiendo socorro y vino hacia mí.
Su cara de súplica me impactó.
Me incliné hacia delante y deslicé mi pierna, contra la que él tropezó. Su frente dio de lleno contra el canto de la puerta y la fuerza del golpe le dejó inconsciente sobre un hilero de sangre, sus ojos permanecían  cerrados. Temblaba de miedo, entre las dos le movimos y salimos de allí corriendo. La profesora se encargó de llamar a la ambulancia y a la policía.
Cuando llegaron el cuerpo del hombre no estaba.
Solamente una mancha de sangre en la entrada. Nos miramos, sabíamos que regresaría.
La invité a pasar la noche en mi casa. Fuimos caminando despacio, el recorrido no era muy largo. Venus brillaba con todo su esplendor. De pronto dejé de ser invisible para sus ojos
Y comenzó a contarme una historia acerca de aquel hombre.
Ambos habían llegado de un país extranjero, ambos habían sido músicos, cantaban juntos, se enamoraron…Él perdió su voz debido a una enfermedad, comenzó a beber y a tratarla mal. Solamente regresaba para pedir dinero y se enfurecía constantemente.
Sentía pena por él,  ella todavía le quería.
No quise juzgarla, al fin y al cabo ¿quién era yo para juzgar a nadie?
—No te quiere —No dije más.
A la mañana siguiente,  el periódico estaba sobre la mesa junto al café. En primera página la fotografía de ese hombre en una cama de hospital, alguien le había encontrado caído en la calle y le había acercado a una clínica donde se recuperaba del  golpe.
Le di la vuelta al periódico, no quise que ella le viera. Lloraría.
— ¿Qué dice el periódico?, ¿algo interesante?
—No.
—Déjame ver.
Me sorprendió su reacción… Se quedó mirando la foto y exclamó, un alarido salió de su corazón:
— ¡Así te mueras!
— ¿El amor duele siempre?—pregunté inocentemente.
—No, querida, el amor no duele.
—A mí me duele.
Me observó mientras tomábamos una taza de café.
—El amor es felicidad, es confianza, pasión... Esto es otra cosa. Le eché la culpa al alcohol, a la mala suerte y a todo lo que se me  ocurrió. No son más que excusas que me pongo para no perderle, lo cierto es que estoy loca por él, pero  él no me quiere. A veces nos volvemos sordas, ciegas y mudas, hasta que un día nos ocurren estas cosas. Dime ¿por qué te duele?
—Porque está muy lejos…
—Está claro que por una cosa u otra todos sufrimos.
—Pero él me quiere.
Sonrió.

María Teresa Fandiño
A Coruña, España.
Junio 2016
Derechos reservados.
Imagen tomada de la red.